Para estar en el mundo
necesitas un nombre
que puede ser el que te hayan dado
o el que tú mismo te des.
Necesitas una patria, una infancia
a la que volver.
Necesitas unos maestros
no de carne, sino de espíritu.
Necesitas un amor
no correspondido
que habite el recuerdo o la esperanza
y un largo camino
de barro y juramentos.
Necesitas una fe inquebrantable
en lo que nunca fue, ni será.
Y, tal vez,
una lanza y un viejo caballo.
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